Ƹ̵̡Ӝ̵̨̄Ʒ...:::Una pequeña escapada:::...Ƹ̵̡Ӝ̵̨̄Ʒ

Conocía aquel lugar desde hacía muchísimo tiempo, pero llevaba siendo un parque a penas unos años. Había llegado a su límite de paciencia y, cuando eso ocurría, le gustaba ir a aquel lugar a relajarse tranquilamente, lejos del seretei, lejos de todo el mundo y con la posibilidad de poder cebarse con algún Hollow, que siempre venía bien.

La luna se encontraba en lo alto del firmamento, llena y brillante, aunque lo que realmente iluminaba aquella zona eran las farolas que se disponían a los lados de las calles de todo Karakura. Todo estaba en silencio, tan solo sus pasos sobre la hierba lo rompían. Normalmente por la tarde, cuando iba, los niños jugaban y corrían mientras las madres les vigilaban y hablaban entre ellas ¿Su madre también la habría llevado a algún sitio parecido? ¿Habría jugado con ella? ¿Le habría acariciado el pelo hasta caer las dos dormidas sobre la cama? Eran preguntas que jamás obtendrían respuesta.

Caminó tranquilamente hacia los columpios, donde solía sentarse a esas horas, pero sintió una pequeña fuerza espiritual rondando cerca, lo que la hizo detenerse y mirar a su alrededor. todo parecía solitario, el aire mecía las hojas de los árboles, silbando entre las hojas; movía el agua del estanque provocando pequeñas olas que chocaban entre sí. Sus claros ojos miraron a su alrededor hasta que dieron con una pequeña figura, la de un niño de alrededor de 10 años: un plus. Se había escondido detrás de uno de los grandes árboles pero, pese a que le abarcaba por complero, al asomarse hizo que Ryo le viera.

-¿Estás jugando al escondite?- le sorprendió colocándose detrás de él, con una sonrisa. El niño soltó un grito del susto, dio un bote y se apartó de golpe.

-¿¡Q-quién eres!?- dijo el niño, temblando como una hoja. Al parecer había hecho mal en asustarle así ¡Con lo divertido que es ver esas caritas de miedo! Sonrió amablemente y le tendió la mano, ladeando la cabeza.

-Me llamo Ryoko, pero puedes llamarme Ryo, encantada ¿y tú?- el niño pareció reacio al principio, mirando su mano y a la muchacha en varias ocasiones, hasta que aceptó estrechar su mano, con suavidad.

-Y-yo soy Mitsukuni- contestó. Le miró atentamente y sonrió. era un muchacho rubito, con carita infantil y ojillos claros, que observaban a la shinigami con curiosidad -N-no sabía que podías verme.

-Es que yo soy especial ¿sabes?- bromeó la shinigami, alargando la mano libre para revolverle el pelo -Soy quien te va a mandar a tu nuevo hogar.

-¿No puedo quedarme aquí? Es que... estoy buscando a mis padres...

-A lo mejor no los encuentras si ellos están vivos, Mitsukuni ¿y sabes? Este sitio puede ser peligroso. Yo te voy a mandar a la Sociedad de Almas, o como vosotros lo llamáis, el cielo. Quizá no es tan brillate y tan maravilloso como se describe en los cuentos, pero es un buen sitio para vivir- explisó tranquilamente, sin perder la sonrisa -Allí encontrarás una nueva familia y muchos amigos, y si te haces fuerte quizá vaya a verte algún día. Pero antes tienes que hacer una cosa: cerrar los ojos- el niño asintió firmemente, aún algo tembloroso, pero al parecer la había creído. En cuanto el niño cerró los ojos, Ryo desenvainó su Zanpakutou y posó el final de la empuñadura sobre la frente del niño. En un instante se convirtió en una preciosa mariposa negra que salió volando hacia el cielo.

Suspiró largamente y se incorporó, caminando hacia los columpios de nuevo. Esperaba que aquel chiquillo cayera un buen lugar y pudiera tener una estancia feliz en la Sociedad de Almas. Con tranquilidad se sentó en uno de los columpios y comenzó a impulsarse alante y atrás, cogiendo cada vez más altura para intentar despejar su mente.

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